ARRITMIAS.

 

Los impulsos eléctricos generados dentro del corazón desencadenan y coordinan la contracción del músculo cardiaco. Se considera que existe una arritmia cuando los impulsos eléctricos no logran coordinar adecuadamente la contraccion cardiaca causando la aceleración de la frecuencia/latido cardiaco (taquicardia), o que la frecuencia cardiaca sea demasiado lenta (bradicardia), o que las contracciones sean irregulares.

 

Las arritmias pueden no ser percibidas por el paciente o pueden presentarse de diversas formas de mayor o menor complejidad y riesgo: palpitaciones (latido percibido por el paciente como más fuerte o en un momento inadecuado), cansancio, dificultad para respirar, sensación de inestabilidad o mareo, o incluso pérdida del conocimiento (síncope) o en los casos más extremos y afortunadamente menos frecuentes la muerte.

 

Una clasificación a efectos divulgativos dirigida a los pacientes de las arritmias consiste en dividirlas en

 

Benignas, con baja probabilidad de complicación cardiovascular grave o muerte. Generalmente coincide con su origen en una cavidad auricular o supraventricular. (ver corazón normal).

 

Malignas, con mayor riesgo de complicación cardiovascular o muerte y a veces peligrosas para los que nos rodea como en el síncope maligno. Generalmente coincide con su origen en una cavidad ventricular. (ver corazón normal).

 

FIBRILACIÓN AURICULAR.

Se considera una arritmia relativamente benigna aunque no exenta de riesgos. Se debe a la generación de forma caótica de impulsos eléctricos en las aurículas (ver corazón normal).

 

Estos impulsos que se generan de forma caótica y muy rápidos (hasta > 200 latidos por minuto) primero atraviesan las aurículas y luego se dirigen a los ventrículos. Afortunadamente entre aurículas y ventrículos existe un filtro (nodo aurículo-ventricular) que impide el paso de los impulsos a frecuencias tan altas impidiendo que la mayor parte de las veces el corazón alcance frecuencias de 200 latidos por minuto que podrían causar una arritmia maligna y la muerte súbita.

 

La primera causa de aparición de esta arritmia es la hipertensión arterial, es decir una tensión arterial elevada de forma relativamente prolongada. La tensión arterial elevada y otras enfermedades cardiacas causan el aumento de la presión en la aurícula, que es una cavidad de baja presión con paredes finas, causando su dilatación. La dilatación o aumento de tamaño de la aurícula se acompaña de fibrosis del tejido muscular de su pared y todo ello favorece la mala conducción de los impulsos y el desarrollo de arritmias auriculares.

 

Además la propia arritmia con el tiempo causa mayor dilatación de la cavidad auricular perpetuando la arritmia, es decir reduciendo la posibilidad de eliminarla y aumentando el riesgo de que debido a una circulación lenta de la sangre en una cavidad grande se forme un coágulo con riesgo de embolia cardiaca. Mayor riesgo de que un coágulo formado en el corazón salga del mismo y termine obstruyendo una o varias arterias generalmente en el cerebro, pero también en riñones o en una pierna.

 

Aunque no se ha demostrado un aumento de la supervivencia eliminando la arritmia, la actitud generalizada entre la comunidad científica en el momento actual, es evitar su aparición, eliminarla siempre que sea posible primero con medicamentos y de no lograrse, en casos seleccionados, con ablación intracardiaca con catéter.

 

Cuando no se pueda eliminar con medicamentos o por otros medios se debe de controlar la frecuencia cardiaca actuando sobre la generación y transmisión de impulsos eléctricos en el corazón. De nuevo esto puede realizarse con medicamentos o en caso de mal control con la ablación del nodo auriculo-ventricular y simultáneamente colocación de un marcapasos que pasaría a generar los impulsos de una forma controlada.

 

En diciembre del 2012, Tsadok y cols publican en la revista Circulation un estudio observacional que incluía más de 55.000 pacientes de los cuales a unos 16.000 se les prescibió control del ritmo y aproximadamente 41.000 a los que se les prescribió control de frecuencia. Compararon las tasas de infarto cerebral isquémico (ACV) y accidente isquémico transitorio (AIT) entre las dos estrategias. El tratamiento antitrombótico era comparable. Observaron que la incidencia de eventos cerebrovasculares (AVC o AIT) fue menor en pacientes en los que la estrategia seleccionada era controlar el ritmo cardiaco (1,79 vs 2,79 por cada 100 personas año; p<0,001). Las diferencias eran particularmente marcadas entre aquellos pacientes con riesgo moderado a alto de evento cerebrovascular.


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